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Transformación política en el mundo digital: una lectura escéptica

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Acabo de estar hace un rato en un evento en el MIT Media Lab organizado por el Center for Civic Media, Peer To Peer Politics: Moving Beyond Left and Right, una discusión sobre nuevas formas de política en la era digital entre Steven Johnson, Yochai Benkler, Susan Crawford y Lawrence Lessig. Sí, harto superstar de las discusiones sobre Internet. Pero a pesar de que fue una muy buena discusión, hubo en general un exceso de optimismo en las afirmaciones que automáticamente activaron mi escepticismo. No suelo tomar la postura escéptica, pero creo que es el contrapeso saludable a un optimismo desbordado. Y como hace poco estuve considerando cómo posicionar los discursos sobre la tecnología a lo largo de diferentes espectros, incluyendo el espectro entre pesimismo y optimismo (o tecnofilia y tecnofobia), me pareció pertinente articular un poco de este escepticismo sobre todo cuando empieza a vincularse con las maneras como nos organizamos colectivamente para, entre otras cosas, la participación política.

Quizás lo primero que hay que observar es la radicalidad de las transformaciones – o la carencia de tal, mejor dicho. Hace unas semanas, en el Coloquio Redes y Filosofía en Lima, el filósofo francés Alexandre Lacroix señalaba que Internet representaba la tercera revolución del signo, después del alfabeto y la imprenta. Pero lo que suele perderse de vista cuando se observa esto es que estas revoluciones fueron espectacularmente lentas. El proceso de difusión y adopción de la imprenta fue largo y complicado, y no fue de ninguna manera unívoco: diferentes comunidades a través de Europa adoptaron la imprenta de diferentes maneras para diferentes objetivos, y tantas otras la resistieron y demoraron (este proceso ha sido documentado, entre otras personas, por Elizabeth Eisenstein, Natalie Davis, Peter Burke y Asa Briggs – referencias debajo). La consolidación de la imprenta tomó literalmente siglos y probablemente no terminó de articularse hasta mediados del siglo XIX. Y aunque uno puede perfectamente argumentar que la velocidad del cambio es muchísimo mayor en la era digital, no hay ninguna razón para suponer que estos procesos son inmediatos. La manera como Internet transforma nuestros patrones sociales, incluyendo la participación política, no es un proceso unidireccional ni inexorable, y está marcado por la interacción con otros procesos sociales y especialmente por la participación de diferentes instituciones previamente existentes. No hay ni ha habido una singularidad inmediata en la cual el transistor, el TCP/IP, el HTTP, o Twitter hayan marcado un salto cualitativo inmediato y el problema de asumir tácita o implícitamente ese salto cualitativo es que introduce discontinuidades que impiden el análisis y el contexto histórico.

De allí que cuando se introduce la discusión sobre nuevos modos de producción que empiezan a reclamar centralidad en la era digital, esta introducción suele venir desprovista de antecedentes históricos previos a Internet. En The Wealth of Networks Yochai Benkler hace un genial análisis de la manera como se configura un nuevo modo de producción que no está regido por la maximización de utilidades del sector privado ni por la satisfacción del bienestar común del sector público. Pero lo que este análisis no toma en consideración es que este tercer modo de producción tiene una historia significativa en el desarrollo de movimientos sociales, de comunidades de interés y en general en la articulación del sector social en los últimos cuarenta años: la aparición de organizaciones de todo tipo y tamaño, motivados por intereses estrictamente privados pero sin ningún tipo de pretensión de generar utilidades. Es cierto que al reducir dramáticamente los costos de transacción de la organización colectiva, Internet hace que este modo de organización sea mucho más accesible, pero hay una continuidad que no puede ni debe ignorarse en la manera como nuevos y viejos movimientos empiezan a reinterpretarse desde la web.

La otra inconsistencia que se introduce es entre la operación de modos de producción o lógicas organizacionales a nivel macro y a nivel micro, que termina siendo profundamente influenciado por el espectro político previamente existente: uno puede querer creer que después de la web no hay izquierdas ni derechas, pero porque uno quiera mucho creer en algo no lo hace verdad. Entonces, la izquierda cree que las nuevas organizaciones que surgen en la era digital deberían ser auto-motivadas y no tener fines de lucro, y la derecha piensa que sólo pueden ser transparentes y comprensibles cuando hay un lucro que garantiza los intereses de todas las partes. Pero en realidad, el lugar donde uno se ubique en el espectro político, o el modo de producción en el cual uno se ubique – llamémoslos gruesamente el mercado, el Estado, o las “redes” del tercer sector – no tienen realmente por qué determinar la manera como se rige la organización a nivel micro. Una empresa puede ser pública tanto como el Estado puede generar redes ad hoc a su interior; una empresa privada puede diseñar redes dentro de su estructura organizacional que coexistan con unidades estrictamente dedicadas a la generación de utilidades (por ejemplo, inversión en investigación y desarrollo); y una organización del sector social o una red de acción colectiva puede operar bajo una lógica de generación de utilidades para garantizar su sostenibilidad y alimentar su propio crecimiento. Me parece que se pone demasiado énfasis en una suerte de coherencia moralista de que si uno se ubica en una cierta región tiene que limitarse a cierto tipo de herramientas, que en el fondo lo que hacen es limitar las posibilidades de experimentación e innovación. Lo más interesante de este proceso no es agregar una categoría a la tabla, sino que al eliminar barreras, todas las categorías previas pueden conectarse entre sí.

El problema es, también, que se pone intencionalmente o no demasiado peso sobre la idea de que estas nuevas formas (que además no son tan nuevas) que empiezan a adquirir centralidad son de alguna manera “mejores” o una suerte de “adelanto del futuro”. Si Wikipedia es posible, entonces el futuro será como Wikipedia y los Estados se volverán WikiEstados y las empresas cambiarán sus modelos de gestión para poder tener las comunidades de Wikipedia. Pero esto no tiene por qué ser así, y de nuevo, viene de la mano de un cierto moralismo de que debemos modificar todas nuestras estructuras e instituciones en función a un único modelo de organización. Pero que ese modelo funcione en un caso, o incluso que funcione en muchos casos, no quiere decir ni que funcione en todos los casos, ni que se vuelva un imperativo el transformar todo hacia ese modelo. ¿Por qué Apple no es más como Linux? Porque no quiere, pues. No tiene por qué serlo tampoco. Diferentes organizaciones tienen diferentes objetivos, y diferentes objetivos se verán favorecidos por diferentes modelos organizacionales. El modelo de la red participativa puede funcionar muy bien para Linux; pero claramente a Apple le va bastante bien con un modelo cerrado, claramente regulado internamente con espacios de innovación delimitados. Pero decir que porque fue posible una aglomeración como #OccupyWallStreet todas nuestras relaciones políticas han cambiado para siempre es un poco ingenuo, especialmente cuando de la organización ad hoc como #OWS no surgieron resultados concretos en términos de políticas públicas o modificación de instituciones. Es más, si la contraparte de #OWS en Estados Unidos es el Tea Party, es notable cuánta más influencia ha tenido este último en el proceso político estadounidense: marcando la agenda, definiendo candidatos y movilizando comunidades para que los candidatos que enarbolan su agenda sean elegidos.

Lo que me lleva a mi último punto, vinculado a la idea del evento de estar “más allá de la izquierda y la derecha”. Y es que en el fondo esto encierra también un cierto utopismo de que en la era de las redes y la colaboración, tenemos la infraestructura para posicionarnos más allá de la polarización política. No sólo no me parece el caso sino que no veo por qué debería ser un objetivo. Los espacios de participación política no tienen por qué convertirse en espacios de eliminación o sublimación del conflicto donde permanentemente estemos tratando de ponernos de acuerdo en todo. El problema no es que haya desacuerdos, sino que esos desacuerdos se conviertan en la satanización del oponente, en una lucha metafísica por la verdad en lugar de una negociación permanente de intereses en una arena que es considerada legítima por todas las partes. Por lo mismo, estos nuevos escenarios de política digital no tienen qué estar más allá de la izquierda o la derecha, porque eso además esconde el prejuicio que tienen muchos de los que participan de esta discusión y se posicionan más a la izquierda que a la derecha, como si la participación de estas redes fuera moral o políticamente superior.

Pero no. El escenario es complejo y, de nuevo, las transformaciones son lentas a pesar de ser suficientemente rápidas como para contemplarlas en tan sólo unos años. Pero simplemente cometemos errores de interpretación cuando asumimos discontinuidades radicales y rupturas históricas en lugar de entender las diferentes herencias e interacciones que existen entre instituciones, organizaciones, intereses y posturas que existían antes de la aparición de Internet y que no son solamente receptores pasivos de significados.

Espero que se entienda un poco lo que he querido decir. Mi intención es sólo mantener vigentes una serie de escepticismos sobre discursos que describen cómo nuestro panorama político está cambiando por la influencia de nuevas tecnologías. Creo que es importante señalar que estos cambios no son completamente nuevos sino que reflejan procesos iniciados antes de que tuviéramos acceso a Internet; no son completamente lineales porque no reemplazan nuestros modos de producción previos sino que pasan a coexistir con ellos; y no son necesariamente mejores porque aunque permiten ciertas nuevas posibilidades, no son por eso automáticamente la mejor opción para cualquier propósito que un grupo u organización pueda tener. No quiero decir con esto que no haya cambios, que no sean interesantes o que no encierren ninguna promesa. Sólo pienso que un exceso de escepticismo nos impide aprovechar las transformaciones existentes en todo su potencial porque su oscurece su verdadero carácter y alcance.

Algunas de las ideas que he mencionado o fuentes que pueden estar relacionadas o ser de interés:

  • Benkler, Y. (2006). The wealth of networks: how social production transforms markets and freedom. New Haven [Conn.]: Yale University Press.
  • Benkler, Y. (2011). The Penguin and the Leviathan: How Cooperation Triumphs over Self-Interest (1st ed.). Crown Business.
  • Briggs, A., & Burke, P. (2006). De Gutenberg a Internet: una historia social de los medios de comunicación. México, D.F.: Taurus.
  • Brynjolfsson, E. (2012). Race against the machine: how the digital revolution is accelerating innovation, driving productivity, and irreversibly transforming employment and the economy. Lexington, Mass: Digital Frontier Press.
  • Burke, P. (2009). Popular Culture in Early Modern Europe (Third ed.). Farnham: Ashgate Publishing.
  • Davis, N. Z. (1975). Society and culture in early modern France: eight essays. Stanford, Calif: Stanford University Press.
  • Eisenstein, E. L. (1979). The printing press as an agent of change: communications and cultural transformations in early modern Europe. Cambridge [Eng.] ; New York: Cambridge University Press.
  • Goody, J. (1968). Literacy in traditional societies. Cambridge: Cambridge University Press.
  • Johnson, S. (2010). Where good ideas come from: the natural history of innovation. New York: Riverhead Books.
  • Lessig, L. (2004). Free culture: how big media uses technology and the law to lock down culture and control creativity. New York: Penguin Press.
  • Lessig, L. (2008). Remix: making art and commerce thrive in the hybrid economy. New York: Penguin Press.

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